La escena ocurre año tras año en Península Valdés. Es violenta y conmovedora: cientos de gaviotas se lanzan sobre las ballenas francas y comienzan a agujerearles el lomo a picotazos. Aprendieron a alimentarse de la piel y la grasa de estos cetáceos cuando éstos salen a la superficie a respirar.

Los ataques lastiman a estos gigantes y alteran, obviamente, su comportamiento normal. La intensidad y la potencia que usan en esquivar los ataques les consume la energía que deberían guardar para su tarea más importante en la península: la crianza de los ballenatos.

Numerosos investigadores estudian esta relación de ballenas y gaviotas desde hace décadas. Los primeros ataques se observaron hace unos 50 años pero en aquel momento se presentaron como eventos aislados.
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